04 febrero 2008

(APe)Agencia de noticias Pelota de Trapo

Puñal de Piedra
Una lección anarquista

Puñal de Piedra 31/01/08
Por Alberto Morlachetti

(APe).- El Estado lo constituyen unos cuantos edificios de mármol, vestiduras sagradas y palabras solemnes, ceremonias protocolares y unos cuantos crímenes “en nombre del pueblo”.

El Estado suele estar gobernado por personas indiferentes a los días lobos que vendrán y que suelen quedarse parpadeando ante el “descubrimiento” de 25 bebés desnutridos que mueren por día antes de cumplir su primer año de vida en nuestro país, según el informe anual de UNICEF sobre el Estado Mundial de la Infancia.

Sí, almitas de pibes que no pudieron descubrir un respeto por su vida. Cada familia encuentra siempre un muerto injusto en su memoria, un desalojo, un hambre insostenible, un infinito de penas. Y los que son arrojados de los intercambios sociales -cansados de coser horizontes de cartón- comprueban que las calles son surcos dejados por otras tristezas.

El atributo sin dudas más oneroso de la pobreza es que se ha expandido y endurecido en una época de crecimiento económico perverso y en una “mejora espectacular” de la situación de los miembros más privilegiados de nuestras sociedades quienes a través de sus intelectuales transforman las “condiciones sociológicas en rasgos psicológicos e imputan a las víctimas las propiedades deformadas de sus verdugos”.

El hambre inconcebible nos vuelve a interpelar: el hombre debe escoger entre volver a ser animal o encontrar la chispa de una grandeza.

Por las calles caminan siluetas difusas y “desdibujadas humanidades” que desfallecen de miseria, andan miradas que ante la derrota se aferran -en la oscuridad- a un instante puro de su vida. Se trata de personas que sobreviven soñando aromas de pan antiguo, risas de viejos amigos que se mezclan con los ladridos de los perros y caricias bellísimas en medio de la desesperación.

Quizás un día allí o en cualquier otro punto de la tiniebla que nos atraviesa, el grito de los pobres se hunda como puñal de piedra en el centro de esta tierra que no existe.

Una lección anarquista 30/01/08
Por Oscar Taffetani
(APe).- Llega a nuestras manos un carnet de la Unión de Repartidores de Pan de Bahía Blanca, firmado por su secretario general, H. Aguilera, en 1928.
El carnet le fue extendido al joven LT, que entraba al gremio de los panaderos para ganar un salario que le permitiera ayudar a la economía de su familia. Los Estatutos de aquel sindicato, impresos en las mismas hojas del carnet, decían con claridad cuál era el compromiso de la entidad, así como el de sus afiliados.

“Esta Sociedad tiene por objeto (art. 2) mejorar las condiciones moral y materialmente de sus asociados por los siguientes medios: a) procurar que en todas las panaderías exista uniformidad en los salarios y condiciones de trabajo; b) sostener una biblioteca en su local y organizar conversaciones y conferencias instructivas...” En otro pasaje se marca la completa autonomía (y autofinanciación) del sindicato para cumplir con sus objetivos: “Los conflictos entre patrones y empleados sólo se solucionarán con la intervención de la Sociedad, sin permitir la intromisión de personas extrañas a la misma...” (art. 3). En los pasajes citados está implícito un pensamiento sobre el papel de las organizaciones sociales y políticas en la formación -léase educación- de sus bases y cuadros dirigentes.

El mismo debate

Así como los jacobinos franceses de 1789, fieles al credo iluminista, tenían especial devoción por la Enciclopedia (que guardara en un solo libro la suma del conocimiento humano), así también los reformadores y transformadores sociales del siglo XIX y principios del XX hallaron en la Bibliotecas (bibliotecas populares, autónomas, libres de censura) una gran herramienta para la ilustración y alfabetización política de la juventud obrera.

Y los anarquistas fueron más allá: con proyectos como la Escuela Moderna de Barcelona, creada en 1901 por Francisco Ferrer Guardia, apuntaron a desarrollar una pedagogía libertaria, que cambiara las mentes y las conciencias y que fuera preparando a los futuros hombres y mujeres para cambiar el orden político y social. La vertiente educacionista del anarquismo (así la llamaban) no fue la única.

También estaban los gremialistas, que hallaban en el ámbito de sociabilidad de los mismos sindicatos -al decir de Juan Suriano- “un excelente instructor y educador obrero”. Por último, estaban esos luchadores que, siendo concientes de que cada sociedad diseña la educación que necesita, pensaban que una nueva pedagogía sólo podía ser desarrollada en una situación post-revolucionaria. En otras palabras: que la educación anarquista sólo podría impartirse tras el derrumbe del “Estado burgués”. Hoy estudiamos todas esas vertientes de pensamiento, y aquel debate, con un espíritu casi arqueológico, sin advertir que esas mismas ideas podrían ser reformuladas y lanzadas otra vez al tapete en este comienzo de siglo.

Autonomía y libertad
El sistema capitalista, en una fase de trasnacionalización que no entrevieron, en su magnitud, los padres del socialismo y el comunismo, deja como legado, a la humanidad futura, un nivel de exclusión y expulsión masiva de la historia nunca antes visto. Hubo saltos inéditos en el conocimiento (pensemos en la revolución digital o en la revolución genética, sin ir más lejos). Pero esas revoluciones conviven con arcaicas y violentas relaciones de propiedad sobre los bienes de la naturaleza, los bienes industriales y la cultura.

Ciertamente, como herencia de las luchas libertarias y socialistas de siglo y medio, nos ha quedado un pasado “arqueológico” extraordinariamente rico en ideas y realizaciones por estudiar, junto con innegables avances en la legislación del derecho general y de los nuevos derechos. Pero allí nos encontramos, a menudo, con el aborrecible doble estándar: derechos humanos sí, pero para algunos; ciudadanía para unos pocos; un rasero distinto para medir a los pudientes y a los no-pudientes. ¿Cómo podríamos plantear, en este contexto, aquella pregunta que dividía las aguas en la pedagogía anarquista del siglo XIX?

La revolución social (aquella “RS” que consignaban esperanzados en sus cartas los encarcelados y los clandestinos de aquella época), en el mundo del panóptico global y la hipervigilancia, se vuelve improbable. Es difícil, en los tiempos que corren, que una hipotética “toma de la Bastilla” le gane a la humanidad el derecho a redactar un nuevo calendario o elaborar una nueva pedagogía.

Además -como observaron Marx y otros pensadores- es casi nula la posibilidad de que el hombre o la mujer degradados, embrutecidos o privados del conocimiento, se conviertan en sujetos de cambio. Sin embargo, se nos ocurre que la fórmula es sencilla. Sigue siendo sencilla. Tan sencilla como aquella estampada en el carnet de un modesto miembro de la Unión de Repartidores de Pan, Bahía Blanca, 1928: mejorar las condiciones morales y materiales.

El pan, el libro... y las alpargatas, por qué no.
Y un espíritu libertario para tejer redes, no solo en la Web.

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