De atrás, de costado, de frente, de arriba y de abajo se escucha música cuando se habla de Lucas Menghini Rey, una de las 51 personas que resultaron muertas en el accidente ferroviario de la Estación Once. ¿Quién fue ese joven que conmovió por lo desesperado –y prolongado- de la búsqueda de su cuerpo?
“Mi papá”, dice Paz, mientras apunta al lucero desde su metro de altura. Desde ahí, la hija se comunica con su padre. El lucero es una estrella que ella suele indicar con la ayuda de sus abuelos. “Agachate, vení, fijate: ahí esta el ´jetejedi´”, impone ella. La hija de Lucas tiene cinco años.
Lucas es también el nombre del padre y del hijo, es la foto con el reclamo de justicia y búsqueda de responsables ante la tragedia desatada cuando la formación 3772 del tren Sarmiento entró en la estación de Once y no frenó.
En la puerta de la heladera de María Luján Rey, madre de Lucas, está pegada la foto de su hijo. Arriba, una leyenda dice “lo amo”, donde antes decía “lo buscamos”.
Minuto cero. La historia de Lucas comenzó el 21 de mayo de 1991, cuando Paolo Menghini tomó en brazos a su hijo recién nacido, y lo encontró con sus ojos abiertos. “En ese sentido, Lucas nació mirando”, recuerda Menghini. “Yo me acuerdo perfectamente cómo giraba la cabeza para todos lados, cuando tenía apenas unos minutos de vida”, apunta. “Siempre fue un gran observador”, prosigue Paolo.
A los dos años, se quedaba a dormir en la casa de los abuelos. A los tres, era un nene extrovertido, que no tenía problemas de adaptación ni con el barrio ni con el mundo. “Ahora, cuando me cruzan por la calle me dicen ´vos sos la mamá de Lucas´, pero siempre fue así, antes de que pasara lo que pasó, desde que el nene era un nene: yo era ´la mamá de Lucas”.
Chimu, así le decian, tenía 20 años, 1,70 de altura, pelo rizado y oscuro y la ausencia de un bigote ancho que lo habia acompañado los últimos tres años.
Inesperadas enseñanzas. La vida de Chimu tuvo un cambio radical en 2007, a sus dieciséis años: nació Paz.
Paolo recuerda que su familia lo llamó un 1º de enero a las dos de la tarde. Salía de Canal 7, donde se desesmpeña como editor periodístico y lo invitaron a que pase por un bar en el centro de Padua. “Llegué, estaba María Luján y, a los pocos minutos, veo que Lucas pasa por detrás de su madre y se sienta, agacha la cabeza y se queda en silencio, blanco de pálido”, relata. “En ese momento, me d cuenta de que me habían llevado a un lugar público para que no hiciera quilombo. Lucas todavía tenía quince años”, confiesa.
“Mirá, papá.. No es mi cuerpo, no es mi cabeza. Es el cuerpo y la cabeza de Romi, yo voy a acompañar lo que ella decida”, cuentan que argumentó Lucas. “Esa fue otra de las enseñanzas que te dejan los hijos. Yo pensaba que me iba a pedir plata para irse a vivir a Jujuy o a Perú, pero no. Ahí me di cuenta de que estabamos criando a un tipo de bien”, sostiene Paolo, mientras se reclina en la silla. Tres meses después de la tragedia, y sin avances claros en la causa judicial, Menghini dice que lo que quiere es que los responsables se hagan cargo, que los que no lo buscaron expliquen por qué no lo hicieron.
El Lucas padre no terminó de crecer. Crecían juntos con Paz, aunque se sentía preocupado por saber si lo que estaba haciendo estaba bien. Otra de las anécdotas familiares apunta que a Paz no le gustaba que Lucas jugara al tiburón en la pileta: se ponía las manos por encima de la cabeza y, desde abajo del agua, la asustaba. Hay en el aire de la casa de María Luján cierto oxigeno de alegría.
Lucas artista. No se puede no hablar del joven sin hablar de música, “Su segundo grupo, Chimeneas, tenía apenas cinco temas colgados del sitio Bandcamp, pero el carisma explosivo y cierto magnetismo que irradiaba hacía que se hablara cada vez más de sus shows”, publicó la revista Rolling Stone, un mes después de su muerte.
“Chimu era una máquina de estar todo el tiempo haciendo música, traía cosas nuevas, arreglos distintos, un demente hermoso” dice Germán Gullone, uno de sus amigos, y compañero en la banda Sistemática. “Nosotros somos un grupo de amigos que tocamos juntos, pero él era un poco más, tenía la cabeza más avanzada, estaba ansioso, como apurado. Cuando cortábamos los ensayos para salir un rato a joder, él se quedaba adentro de la sala probando otras cosas.. Una demencia hermosa”, insiste.
“Yo la flashée con Atahualpa Yupanqui también, que decía que los ritmos del folclore eran latidos de la tierra. Ahora siento que tengo que hacer algo así, como si fuese la respiración de algo muy grande”, dijo Lucas, en una nota periodística.
“La unica pérdida grande que tuvo en su vida fue la de su abuelo. Lo perdió a los tres años y medio. Sin embargo, estuvo y está muy presente. La trascendencia de la gente no sólo tiene que ver con una creencia religiosa, sino por lo que uno hace en la vida y por el amor que deja. No tiene que ver con una cuestión religiosa, tiene que ver con una cuestión de valores. La incomodidad, a veces, te impulsa a la creación y, a veces, te impulsa a juntar plata para comprarte un plasma”, explica Paolo.
Según cuentan, Lucas enamoró a una chica que vivía en Canadá. “Le tocaba música, tocaba su guitarra, ponía la cámara, el micrófono, y ella se dormía. Él decía que estaba enamorado”, comenta Germán.
“Lucas era música. Por donde lo miraras, era música. De todo sabía algo, de todo sacaba algo y te dabas cuenta. Era detallista. En todo lo que hacia quería que saliera perfecto. Tenía las cosas muy claras”, describe.
Germán fue el último en hablar con Lucas. Se despidieron a la 01:30 am del 22 de febrero. Habían tocado hasta la una en el corso de Padua. Ese día,cerca de las 7:45, Lucas subió al tren para ir a su trabajo.
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